LA FIESTA INTERMINABLE
- Relatos alcohólicos - UTA
- 28 ene 2019
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 3 feb 2019
Catalina, una joven de 18 años cansada de la monotonía, del día a día, de las mismas personas por donde sea que dirige su andar, deseosa por conocer el mundo y asqueada de tan rutinaria vida, decide hablar con sus padres para huir de su ciudad.
Frente a sus padres, habló de los muchos beneficios que obtendría estudiando en la gran ciudad, es obvio que jamás mencionaría las verdaderas razones que le motivaban a salir de su hogar. Sus padres con tristeza y orgullo a la vez por ver como su pequeña quería superarse, aceptan y pronto la ayudarían con todo para cumplir su cometido.
Pasado seis meses desde que Catalina decidió marcharse, por fin lograría su cometido. La universidad a la que quería acceder le dio apertura y sin pensarlo, pronto inicio su nueva vida.
En un principio como cualquier otro inicio, todas las cosas parecían buenas, fiestas, nuevas personas, nuevos paisajes, lugares por conocer, una actividad diferente cada día. Catalina estaba satisfecha, había conseguido todo lo que añoraba: una aparente independencia y una vida mucho más interesante.
Pero esto se terminó, cada vez tenía más responsabilidades, ya todo le sabía a lo mismo, y cada una de las cosas que hacía eran insuficientes para llenar su alma.
Además, el hecho de volver a una casa sola y vacía, hacía que su esfuerzo se tornará aun más insatisfactorio. Tan profundo era su vacío que decidió llenarlo, dejó de lado sus responsabilidades que la hacían sentir sin vida, para cambiar por una vida en la que solo haya alegrías. En su búsqueda solo encontró el alcohol. La fiesta ahora era interminable, por fin era “feliz”.
Se olvidó de sus estudios, el trabajo de medio tiempo y de esas amistades “aburridas” para incorporar en su vocabulario la frase “vamos dos”, a diario, que desde entonces, no sólo fueron dos.
Al inicio las consecuencias eran pequeños despistes, un celular extraviado, unas llaves dejadas en algún asiento trasero, un monedero vacío, y con aquellas pérdidas, pequeños ataques de conciencia.
Aun así, la fiesta no paró, fueron más extensas, dos o tres días, para descansar uno y continuar con lo mismo, los remordimientos eran mayores y la depresión aun más profunda. Ahora los despistes eran lo de menos, estaba dejando su cuerpo en cada cama y con cualquier desconocido, pero ella no podía parar.
El poco tiempo que pasaba en casa era insoportable, su sola compañía no le era suficiente, y el asco por su vida era tan grande que ni el reflejo en el espejo podía aguantar.
Catalina no pudo más, una madrugada, ahogada en alcohol, después de ni siquiera saber cómo volvió a casa y con el alma y la ropa desgarrada, se encerró en su baño y con unas viejas navajas, decidió dar fin con la interminable fiesta.
PINKY & CEREBRO
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