Había una vez una chica tranquila que vivía con sus padres. Laura pasaba todos los días por el prado recogiendo flores y cultivaba en sus campos los deliciosos frutos, la preciosa chica estaba enamorada del chico más guapo del pueblo, lo veía de lejos y ansiaba poder hablar con él.
El chico en cuestión era una persona alegre y jovial, buscaba una mujer echa a la perfección para compartir una vida juntos, Laura desesperada por llamar la atención del chico buscó la ayuda de la mujer más deseada de la ciudad para que le guiase sobre cómo acercarse a su príncipe azul.
Débora era la mujer más guapa del pueblo, todos los hombres morían por ella, con sus pechos generosos, su fina cintura, sus piernas esbeltas, su tez blanca y su sonrisa perfecta se robaba todas las miradas. Laura acude a ella y le pide consejos y asesoría sobre su figura. Débora la explica que, para ser como ella, debe hacer muchos sacrificios como comer poco, hacer ejercicio, evitar dulces, tomar laxantes para alcanzar una delicada figura propia de una mujer de alta categoría.
Laura, decidida a alcanzar al hombre de sus sueños comenzó a cumplir de manera extrema los consejos dados, los días se hicieron meses y ella no veía cambio alguno, se miraba al espejo y decía: “Estoy gorda y fea”. “Soy poco agraciada y no le gustó a nadie”.
Los padres de Laura se encontraban cada día más preocupados porque su hija había adelgazado al punto de necesitar atención médica, pero ella no se sentía bien con su cuerpo, necesitaba estar más delgada.
El hombre de sus sueños se había mudado de la ciudad cansado de ver a las mujeres luchar por alcanzar la perfección. En la nueva ciudad conoció gente única, que se conformaba con su forma de ser.
Laura comprendió que tener un cuerpo delgado no la hace perfecta, que la perfección no sólo debe ser física sino también mental y espiritual para hacer un ser íntegro y real.
Comments