El reloj marcaba el medio día, las clases habían terminado. Una voz débil preguntaba los planes para el día, pero nadie respondió.
Josué, joven delgado, cabello corto y oscuro, con ojos grandes complementados con ojeras por las largas noches de desvelo. Se saltaba las comidas, mientras se miraba al espejo, imaginaba un hombre musculoso, más alto.
Su familia tenía problemas económicos y nadie entendía por qué estaba tan callado, tenía una personalidad introvertida y cuando trataba de socializar se sentía rechazado.
En las noches apenas comía algo, su madre le preguntaba si estaba bien y él solo asentía con el rostro.
El estado mental de Josué se volvió confuso, la anorexia nerviosa se había apoderado de su presente y carcomía a diario su ser.
Desgastado y cansado se veía como un ser despreciable que no merecía ser querido, sus objetivos se habían vuelto inalcanzables.
Tal vez un triste final se pintaría, pero Josué recibió ayuda, trató de vencer su trastorno, habló, pidió ayuda y juntos encontraron la solución, ahora el espejo ya no era más su enemigo, cada vez que veía su reflejo en él era con amor y esperanza.
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