El día era brillante, el dorado del sol acompañaba las risas de mis compañeros, al igual que ellos no podía contener la emoción de nuestra primera clase de natación, estaba impaciente por mostrarles a los demás que no solo sabía nadar, sino que manejaba estilos casi profesionales, en un abrir y cerrar de ojos todos estaban listos para entrar, charlaban y flotaban alrededor de la piscina.
Tomo un lugar en la fila esperando al maestro, de pronto a mi lado escucho una risita diferente a las otras, algo burlona. Santiago, mi vecino y mejor amigo, me dijo al oído; -te ves gracioso-. -¿A qué te refieres?-, ,e pregunto. -Es que te ves un poco gordo en traje de baño, pareces un globo aerostático-, me responde. El comentario de Santiago lo escuchó una compañera que ni corta ni perezosa repitió todo entre carcajadas provocando que todo el grupo se unieran a esas risas.
A partir de ese día, ya nadie me llamaba por mi nombre, ahora me decían “globo”, me empujaban o me impedían jugar con ellos, inclusive me quitaron la comida. Entonces pensé que, si ser gordo es un problema, solo tenía que dejar de comer, en cuestión de meses nadie tenía motivos para decirme gordo.
Ahora que soy “piel y hueso” se burlan de mi delgadez, yo no sé qué es lo que está bien para ellos, hasta ahora pienso que los gorditos tienen suerte porque ahora yo, aunque quiera, ya no puedo serlo.
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