Desde que nací he vivido en un hogar perfeccionista, mis padres eran obsesivos con la limpieza el orden y la puntualidad, no resulta nada extraño que yo también me volviera obsesivo y perfeccionista. Cuando tenía 14 años me enamoré, soñaba con compartir tantos momentos de alegría porque creí haber conocido a la persona ideal, compartimos los mismos gustos, los mismos ideales y hasta las ganas de convertirnos en modelos de revista.
Juntos empezamos a hacer dieta y ejercicio, pasaron los años y habíamos cumplido nuestro sueño de ser la portada de algunas revistas reconocidas del país, sin embargo, Cataleya se obsesionó tanto por tener un cuerpo perfecto, que optó por vómitos inducidos, ejercicio extremo y hambre crónica, trataba de ayudar, pero mis esfuerzos fueron en vano, incluso llegó a llamarme conformista y así, a pesar del amor que nos teníamos, se alejó de mí, la busqué tantas veces que ya ni la recuerdo.
Tras un año, Cataleya murió a sus 26 años con un peso de 30 Kg. A pesar de que no estaba en mis manos, a veces pienso en que sí podía haber hecho algo para ayudarla. Soy Juan y hoy con el corazón roto a mis 32 años me di cuenta de que, a pesar de no tener un cuerpo “perfecto”, puedo ser feliz.
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